1624. Algún lugar de Europa. Razón e intuición

René Descartes sube la calle que conduce al mercado. No hace ni tres horas que llegó a la ciudad. Vestido de teniente atravesó las guerras y su terrible elenco de calamidades. Luego, tras hallar aposento, cambió su traje por el de estudiante.

Descartes hacia 1629_pintor desconocidoNada sabemos de los intereses que le han llevado a este lugar. Tal vez pretenda conocer a algún matemático o aprender las técnicas de algún artesano. Ignoramos dónde se halla. Él camina en secreto, camina enmascarado. Quizás esté en Florencia, tal vez en Lyon, aunque bien podría estar en Bohemia o en Ámsterdam

Piensa Descartes que el entendimiento humano está dotado de una luz natural que nos permite discernir lo verdadero de lo falso. Esta potencia del alma es la intuición. Ella nos proporciona nuestras evidencias, verdades propias, privadas, aunque nacidas de un intelecto común a todos los seres humanos: verdades cuya negación sería la negación de nosotros mismos.

Pero no basta con la intuición, pues los dilemas a los que a menudo nos enfrentamos son tan arduos y complejos, poseen tantas partes y los rodean tantas circunstancias, que la intuición no atina a discernir con claridad. Por ello, hemos de servirnos de nuestras facultades: la memoria, la imaginación, los sentidos y, claro, sobre todo, la más destacada y sublime, la razón. Ella dividirá el problema en sus partes elementales; ella encadenará las evidencias nacidas de la intuición, creando formas complejas, pensamientos compuestos, que harán posible la formulación de teorías. La razón analiza, la razón construye: la intuición decide.

[Descartes4, Descartes8, Garin1]

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