1628. Franeker. Cogito ergo sum

 

Descartes está cansado. Se ha pasado todo el día dando vueltas por la habitación: escribiendo, pensando. Se ha propuesto dudar de todo cuanto antaño le enseñaron por cierto e indudable; en adelante, no escuchará más que la «voz de la razón», para librar a su entendimiento de prejuicios, para hallar una primera verdad que dé fundamento a un nuevo saber y a una nueva forma del pensamiento.

Pero, … y estos colores que mis ojos me muestran, estos olores con los que mi olfato se deleita, ¿son ciertos? Mis sentidos me aseguran que el Sol gira en derredor de la Tierra: no podré fiarme de ellos”. Descartes ha perdido el mundo que le rodea, ha perdido sus sentidos. La duda crece, cual horrible monstruo que todo lo engulle. Se detiene un momento:

“¿Qué locura es esta de querer pensar sin la guía de la autoridad?, ¿qué quedará del mundo?, ¿qué, de mis pensamientos?”. Es un salto al vacío, un experimento. La inquietud y la angustia inundan su cuerpo, se paraliza; está cansado, y se echa a dormir. Quizás todo ha ido demasiado lejos.

Despierta agitado, hace horas que el Sol se escondió en el horizonte. Todo está oscuro. Ya lo tiene: puede dudar de todo, puede errar una y mil veces, pero para ello es imprescindible que él sea algo. Duda, y dudando es. «No soy más que una cosa que piensa». “Cogito ergo sum”, “cogito ergo sum” -pienso, luego existo-, se repite sin parar. Primera verdad, primera piedra de la nueva razón. Su cuerpo cae preso de la agitación y la alegría; luego, le pide alimento y come, le pide descanso y duerme, …, pero no lo ve.

[Watson1, Garin1]

«… pensé que era preciso que […] rechazara como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, hecho esto, no quedaba en mi creencia algo que fuera enteramente indudable. Así, puesto que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuera tal y como nos la hacen imaginar. Y como existen hombres que se equivocan al razonar, incluso en las más sencillas cuestiones de geometría […], juzgando que estaba expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsos todos los razonamientos que había tomado antes por demostraciones. Y, en fin, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos pueden venirnos también cuando dormimos, sin que en tal estado haya alguno que sea verdadero, decidí fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que mientras quería pensar de ese modo que todo es falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuera alguna cosa. Y observando que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de socavarla, juzgué que podía admitirla como el primer principio de la filosofía que buscaba.

Al examinar, después, atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo y que no había mundo ni lugar alguno en el que me encontrase, pero que no podía fingir por ello que yo no existía, sino que, al contrario, del hecho mismo de pensar en dudar de la verdad de otras cosas se seguían muy evidentemente y ciertamente que yo era; […] yo era una sustancia cuya esencia o naturaleza no es sino pensar, y que, para existir, no necesita de lugar alguno ni depende de cosa alguna material»

Discurso del método

René Descartes

 

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