1624. Francia. El musgo crece por entre las grietas

En este siglo, el duro armatoste que sostiene la religión y su infranqueable creencia será quebrado. Tal vez haya sido el cisma que ha roto en dos, luego en muchos, la unidad de la cristiandad en Occidente; tal vez las masacres o las crueles guerras de religión que le han seguido; tal vez los textos no ha mucho recuperados de griegos y latinos hayan contribuido a sembrar la duda; tal vez los avances científicos que este siglo está conociendo quebrará la fervorosa fe de antaño. Difícil saber.

Cada cual tendrá su razón o razones. Porque cristianismos siempre hubo muchos: algunos rechazaron Iglesias y pastores, viendo en ellos la antitesis de Jesús de Nazaret; otros negaron la propiedad privada, arguyendo que el hijo de Dios nada material tomó como propio; hasta hubo quienes creyeron ver en el Papa de Roma a Satanás encubierto, y se alzaron en armas contra sus poderosos ejércitos.

Pero este nuevo sentimiento, esta duda que invade el corazón de no pocos hombres y mujeres de este siglo es por completo diferente. Pues ésta ya no recae sobre éste o aquél dogma de fe, ni aun sobre el cristianismo todo, sino sobre las religiones y su función salvadora. No se trata de ateísmo, es pronto para ello: la grieta es aún muy pequeña. Pero de entre esta grieta ha surgido, como una primera forma de vida, el movimiento libertino.

No es un sistema de pensamiento acabado y coherente. Más bien se trata de trazos, de ideas sueltas, de intuiciones, de vías aún por explorar; un sentimiento, un pathos, un nuevo modo de experimentar el vínculo entre lo divino y lo humano, vínculo que excluye por falsos y malintencionados los sacrificios exigidos para alcanzar el otro mundo, vínculo que reclama con decisión los dulzores que esta vida nos ofrece.

Sus protagonistas serán ante todo personajes anónimos, a menudo ocultos tras piadoso ropajes, temerosos de los tiempos y sus guardianes, difusas historias sin rostro cierto, pero su empuje será decisivo en la creación de nuevas formas de pensamiento. No crean, como dicen algunos, que son gentes depravadas, entregadas a la lujuria y la promiscuidad. Y claro que habrá, siempre los hay, quienes llamándose a sí mismos tales tomarán sus ideas como excusa para justificar una vida hundida en la mera inmediatez de lo placentero, una vida incapaz de reaccionar, ausente de principios propios, una vida esclava.

Jan Havicksz, 1668

Jan Havicksz, 1668

Los libertinos se inspiran en su mayoría en los textos de los epicúreos, y, por ello, entienden por placeres tanto el comer como el conversar, tanto el viajar como el amar. Todos los placeres son buenos si entregan sosiego y dulzura al alma, y la eximen de dolores mayores. La risa franca, la picardía desacralizadora o la amable ridiculización, sin olvidar la provocación o el regodeo en lo histriónico, son sus principales armas. Aún es pronto para dar a su pensar una forma más acabada, la grieta se percibe sobre todo en el sentimiento: es fe quebrada. Así que cada cual es libertino a su modo y manera. Y no es de extrañar, el libertino es ante todo un librepensador, también, en la medida de sus posibilidades, disculpen el término, un “libreactuador”.

[Girerd1, Gregory1, Prevot1]

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