1625. Londres. Ciencia y política

 

Francis Bacon ve el futuro con sus lentes de trabajo. No, no es adivino, posee un saber extraño en este siglo, un saber aún por saber: Bacon es un político, uno de los primeros políticos que ha conocido el tiempo de los humanos. Porque también el político, su idiosincracia y su saber, tienen una fecha de nacimiento. Todo es histórico. Todo tiene un comienzo, un desarrollo y, al cabo, un fin. Nada existió siempre ni por siempre existirá. Y el político, como figura dedicada al ejercicio del gobierno, también tiene una fecha de nacimiento. Tal vez sea este siglo.

En algunos momentos, sus prácticas, sus conocimientos o sus juegos de poder pueden confundirle con un consejero o un cortesano, con un confesor real o con un hombre de confianza, pero finalmente acabará por mostrar un rostro infinitamente más calculador y distante que cualquiera de aquellos. La diferencia está en los fines que cada uno de ellos persigue. Pues el político tiene por objetivo, no la defensa de éste o aquél rey, ni aún el de la institución monárquica; tampoco, y esto probablemente sea lo más nuevo y sorprendente, el mantenimiento de la religión verdadera: el político tiene por objetivo supremo la conservación del Estado, de su integridad territorial, económica, política, del aumento de sus fuerzas. De modo que el rey, la religión, las instituciones o las legislaciones son válidas en tanto ayudan a la consecución de dicho fin, e inútiles en la medida en que lo impiden o bloquean. Es la razón de Estado, nuevo principio del viejo arte de gobernar a los hombres.

Isabel I de Inglaterra, mujer de gran inteligencia y mayor intuición, nunca confió en Bacon. Lo tuvo entre los suyos, mas nunca quiso darle puestos de relevancia Quizás advirtió tras su mirada la existencia de un tipo humano absolutamente nuevo. Cínico, distante, calculador, guarda mil rostros, mil secretos y mil traiciones. Durante siglos los conflictos políticos han adoptado la forma de herejías religiosas. No existía distinción entre lo uno y lo otro, entre religión y política. Mas, poco a poco, el dominio de lo político será descubierto, construido, explorado, constituido como dominio autónomo en torno al cual tendrán lugar las luchas del futuro.

Edwart Collier_Vanitas Still-Life_1705Francis Bacon es uno de sus creadores. Hasta cuando se ocupa de la ciencia hace política. Ha comprendido que para que la ciencia progrese es necesario no sólo un método que tenga en cuenta los hechos, los analice y realice experimentos bien planificados; más allá de eso, es necesario una política de Estado que estimule y dirija el avance científico y técnico. Porque el saber es tanto un bien para la humanidad, un medio para su cultivo y progreso, como un poder para los reinos. Saber es poder, precisamente porque el saber es dominio sobre la naturaleza, sobre sus fuerzas y propiedades. Algo es verdadero no porque esté en los libros de los antiguos, ni siquiera porque sea palabra revelada por Dios, tampoco porque los hechos así lo demuestren, es más sencillo que todo eso, más manejable, también más siniestro, algo es verdadero porque funciona, porque se muestra útil, así en la ciencia como en la política.

El inmenso proyecto de Bacon podría tal vez reducirse a esto: ciencia y política, un saber para gobernar la naturaleza, un saber para gobernar a los hombres. Aumento del dominio científico de la naturaleza, aumento del control político de los hombres: dos procesos que los tiempos futuros se mostrarán incapaces de desligar.

Francis Bacon ve el futuro con sus lentes de trabajo.

[Bacon1, Bacon2, Foucault1, Woodward1]

 

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