1609. Londres. Ìdolos.

Todo está lleno de ídolos. Algunos nacieron del común vivir en común del hombre con el hombre. Son los ídolos de la tribu. Juicios y valores compartidos que, ya por convicción, ya por coacción, a todos atan por igual. Hijos de la utilidad, de las mil jerarquías que los seres humanos aman y odian o de la simple vanidad, un día perdieron su nombre y su historia, su porqué, tornáronse entonces incuestionables verdades, verdades de la tribu: ídolos a los que se habrá de adorar y se correrán riesgos al cuestionar.

David Teniers el joven, 1640.

David Teniers el joven, 1640.

Otros tienen su origen en los gustos, costumbres y circunstancias que a cada cual someten y empujan. Pues cada persona tiene su historia particular, historia de vida vivida, y en ocasiones es solo de ahí de donde extrae verdades y bondades que atribuye, no a sí, sino al mundo en su conjunto. Son los ídolos de la caverna, de la caverna en la que cada cual habita. Y por no poner decidido esfuerzo en salir de ella, o tal vez porque las circunstancias lo hicieron imposible, en ella permanecen, desde ella contemplan el mundo y dicen “el mundo es de color azul”, “el mundo es oscuro”, “el mundo es cálido”, “el mundo está corrompido”,…, donde debieran decir “mi caverna es de color azul”, “mi caverna es oscura”, “mi caverna es cálida”, “mi caverna está corrompida”, …

Un tercer tipo de ídolos son los ídolos del foro. Son palabras, simples palabras, llenas sin embargo de sugerentes brillos, rodeadas del halo de una belleza plena de misterio y secreto. Hipnotizan nuestras mentes y encadenan nuestros pensamientos conduciéndolos a quiméricos oasis del saber. Son en extremo peligrosos, dado que los humanos se muestran convencidos de que son dueños de sus palabras cuando a menudo son las palabras las que ejercen poderosa influencia sobre su entendimiento. Pero toda su belleza, todo su poder, todos sus atrayentes brillos, no se deben sino a que nada tienen que ver con el mundo, bien porque son palabras mal definidas, vagas y confusas, bien porque simplemente carecen de correlato en la realidad.

Algunos ídolos, por último, nacieron un día en la cabeza de algún gran filósofo y luego, poco a poco, cual incesante goteo que acaba por filtrar una superficie, penetraron en la mente de los humanos. Son los ídolos del teatro. Los hay que son hijos de complejas demostraciones lógicas, llenas de ingenio, pero ausentes de contenido cierto. Bellos castillos llenos de vacío. Otros nacieron de experimentos u observaciones particulares, bien realizadas, pero que se extendieron a objetos con los que nada tenían que ver o fueron envueltos en el halo del misterio. Y los hay nacidos de la superstición que tanto repugna y adoran los humanos. La silogística aristotélica, la alquimia o la teoría de las ideas platónica son algunas de las fuentes de estos ídolos, ídolos del teatro.

Pieter Boel, 1663.

Pieter Boel, 1663.

Todo está lleno de ídolos. Hay ídolos en la Corte y en las tabernas, en las universidades, en los talleres, en las iglesias y en los prostíbulos. La providencia, la justicia divina, el primer motor, la causa última, la fortuna, la armonía universal, Satanás y la brujería, son sólo algunos de los tantos ídolos que habitan el corazón y la cabeza de los hombres. Un día nacieron, creyéndose el pensamiento ilimitado en su conocer, los sentidos infalibles en su percibir o las pasiones ciertas en su querer; luego se hicieron verdades. Ídolos a los que los seres humanos entregan sus vidas, rindiéndoles absurda pleitesía o guardándoles infundado pavor.

Todo está lleno de ídolos”, se repite Francis Bacon en un tono grave y silencioso.

[Bacon2, Farrington1]

Deja un comentario