Otoño de 1619. Ulm. Una ciencia maravillosa

A lo largo de sus años de estudio en la Flèche, Descartes ha desarrollado gran gusto y curiosidad por las ciencias y las matemáticas. La filosofía, en cambio, le resulta en extremo vaga y pretenciosa. No soporta el pensamiento escolástico, primero o segundo, viejo o nuevo, sus obras le resultan estériles y aburridas; pretenden extraer un saber absoluto de cosas grandes y oscuras, de obtusos juegos de palabras que no cuentan con más poder de convicción que la incomprensión que suscitan.

Es necesario, imprescindible, apartarse de ella, crear algo nuevo, para dar nueva forma al pensamiento, para dar método y fundamento a una nueva razón y a un nuevo saber sobre el mundo. Pero, ¿por dónde empezar? Mil veces se ha hecho esta pregunta sin que hasta la fecha haya vislumbrado respuesta satisfactoria alguna. Cuán fácil es transitar por sendas ya marcadas; cuán difícil, en cambio, abrir un nuevo camino.

Descartes se ha alistado para combatir en las guerras de religión que tintan de sangre las tierras de Europa. El crudo invierno centroeuropeo obliga a las tropas a detenerse en la ciudad de Ulm, a orillas del Danubio. Descartes se aísla en una habitación caldeada; allí, «no encontrando conversación que me distrajese y no teniendo, por otra parte, por fortuna ni preocupaciones ni pasiones que me perturbasen» decidirá dedicarse por entero a esbozar unas reglas para la correcta dirección del espíritu.

Las noches y los días se suceden como iguales, a solas con su pensamiento. Tiene sueños que lo turban y lo llenan de preguntas. Está por completo entregado a su tarea. Piensa Descartes en una «ciencia maravillosa» –sciencia mirabilis-, que se ocupase de la razón humana, y de los medios o reglas para su correcto ejercicio. Este nuevo saber permitiría a los seres humanos guiarse correctamente en la solución de los más diversos pleitos, en las decisiones sobre los asuntos públicos o en las investigaciones de orden científico. Proporcionaría al mundo una base sólida sobre la que poder cimentar la ciencia, la política o la ética. Esta intuición lo empuja y lo mantiene en una enorme tensión.

Grabado de la Dióptica de Descartes.

Grabado de la Dióptica de Descartes.

Por fin ha hallado un punto desde el que empezar a construir su «ciencia maravillosa»: ha de empezar por las ideas más simples y primeras; de entre ellas, aquellas que su intelecto no pueda rechazar, aquellas que sometidas a uno y mil exámenes sigan sosteniéndose como evidencias indiscutibles, esas formarán los sólidos cimientos del edifico del saber. Desechará, en cambio, como falsas todas aquellas ideas sobre las que su espíritu pueda albergar duda alguna. Las ideas complejas, a menudo las más difíciles y abstractas, serán descompuestas en un conjunto de ideas simples y sometidas del mismo modo a minucioso examen.

Descartes ha descubierto, antes que un método, un hábito que dará comienzo y consistencia a una nueva forma del pensamiento. No basta con enunciarlo, hay que ejercitarlo, habituarse a él, como nos habituamos a unas nuevas lentes o aprendemos una lengua. Es pues hora de viajar, de conocer mundo. Descartes recorrerá durante nueve años la joven Europa, oculto ora tras cinto y espada de teniente, ora tras gorguera y capa de estudiante, ora tras ropajes de cortesano. Hablará con sabios, dialogará con reconocidos eruditos, contará con inesperados compañeros de viaje, buscará «en el gran libro del mudo»; para poner en práctica su método, para ejercitarlo, para construir, poco a poco, una nueva forma de pensar.

Aún es pronto, pero será él quien, reuniendo experiencias e ideas habidas, realizará un primer esbozo de una nueva imagen del pensamiento, haciendo irrumpir en la historia una primera forma de la racionalidad moderna. Porque las piezas o pedazos que componen una nueva propuesta pueden haber sido creadas tiempo atrás, pueden ser frutos maduros prestos para ser saboreados, pero ha de haber algún pensamiento, algún acontecimiento o evento que venga a reunirlas, que funde la síntesis, que una las piezas, traspasándose entonces el umbral que nos adentra en otro tiempo, en otra época, en otro mundo.

[Descartes1, Descartes8, Garin1, Bandrés1]

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